miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ausente presencia

Ausente presencia:

Cuando te fuiste me invadió una culpa voraz. Me quedé con la certeza de que pude haber hecho mucho más para que no te marcharas de esa manera, que no hice todo lo que se podía. Ese día tu fatiga, tu voz estremecida y tus confusiones anunciaban ya la despedida. Pero yo no supe interpretar esas señales.

¿Por qué no supe entender tu tristeza aquella vez que te robaron buena parte del sueño por el que tanto habías luchado?. ¿Por qué no fui capaz de sentir el dolor que estalló con semejante fractura y se hizo infinito hasta aquel diciembre que pasamos juntos en Caraballeda?. Ahora que también me duelen los estragos del tiempo vengo a entender que, con tantas averías, nadie quiere ser eterno. Y así no hay nada más humano que cansarse de tanto resistir. ¡Qué distinto habría sido todo si hubiese entendido a tiempo que tu vida dejó de ser vida para transformarse en una épica de la resistencia, en una heroicidad, en una hazaña cotidiana!.

Recuerdo aquella vez que te plantee mi intención de separarme. Me dijiste que cuando uno está enamorado la pareja le parece perfecta, y lo que para otros es un defecto a todas luces, para uno es una virtud, un atributo. Me veías danzando en la euforia del enamoramiento, hechizado por el descubrimiento, hundido en la magia de la atracción y de la seducción, en el excitante desafío del miedo a ser vencido. Y te empeñabas en que el amor es otra cosa: la certeza de seguir juntos en la salud y en la enfermedad, en la abundancia y la precariedad, en la fama y el anonimato, en el poder y el desamparo.

Mira, no es momento de sacar cuentas y pasar facturas, no quiero sacarte nada en cara. Al igual que tú, yo también miré para los lados, me desvié del camino y tuve mis encunetadas. No he sido un santo. Pero mientras yo ardía en la silenciosa hoguera de mi rabia, tú siempre llegabas con tu grúa de comprensión infinita, a remolcarme antes de que terminara de caer al fondo del barranco. Y así me enseñaste que perdonar es perdonarse, es liberarse de ese rencor que es un dolor supremo, un tormento que solo sana cuando quedamos libres de culpas y remordimientos, sin afanes de venganza.

Pero te cansaste y te marchaste. No me opuse, no me desesperé, ni grité. Tampoco lo acepté. Más bien, ese día me puse mi mejor traje y encontré la reserva de serenidad que hacía falta. Parecía un gerente, ocupándome de todos los detalles para que tuvieras una digna despedida. En esas circunstancias, muchos otros hacen suya nuestra pena, como si de una muerte se tratara, como si a un entierro hubiesen sido convocados.

Ya no estamos juntos para glorificar nuestras luchas cotidianas, aunque no dejo de escuchar tus proclamas: “Dios aprieta pero no ahoga”, “El momento más oscuro de la madrugada es justo antes del amanecer”, “No importa cuántas veces uno se caiga, lo importante es levantarse”. A pesar de la escasez de aquellos tiempos siempre encontraste la manera de premiar mi mejor esfuerzo, aunque a veces no lograra todo lo que me proponía. Pero también me castigaste por mis inmadureces e imprudencias. Así templaste mi carácter y aprendí a diferenciar lo malo de lo bueno, lo justo de lo injusto. Y con esas herramientas que me diste salí a caminar por la vida, creyendo en causas perdidas y otras no tan perdidas, siempre lleno de idealismo.

Quién iba a pensar que este incrédulo terminaría hablando solo contigo, como si fueran comunicaciones del más allá, encuentros cercanos de algún tipo. Pasan los años y todavía no me acostumbro a estar sin ti ¿Lo entiendes?. Quiere decir que a veces me entristece no poder hacerte cosquillas y disfrutar tus carcajadas; quiere decir que me hacen falta aquellas conversaciones sobre los grandes sucesos cotidianos; quiere decir que extraño tender mi mano y no encontrar la tuya para agarrarla y apretarla, quiere decir que aún busco tu abrazo, quiere decir que no te olvido, viejo, que no te olvido. Cuánta razón tuvo aquel amigo que al momento de darme el pésame me dijo al oído: “la muerte no llega con este viaje sino con el olvido”.

Hoy no es el día de tu cumpleaños ni un año más de tu partida, es el Día del Padre y te extraño, como te he extrañado tantos días. Pero te siento a mi lado papá, porque aunque sea de otra manera, nunca has dejado de estar conmigo

¡Siempre!

Tu hijo

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