miércoles, 9 de noviembre de 2011

El Altar de los Latidos


I
En el Altar de los Latidos
los amantes no se rozan todavía.
Se enamoran al oído
y se tocan con palabras
que se sienten como besos.
Más saben bien que historias no son besos,
aunque describan con detalle el suceso
y esperan que la boca en viaje expreso
inaugure el silencio que mejor los comunica.

II
Sobre su palabra mi beso
sobre mi beso su boca.
Su boca que me sorbe como la noche al día,
el día que no me alcanza,
el día que no termina,
hasta que por fin se ilumina
de su beso la boca mía.

III
Él y ella son como agua y arena,
él la habita con su ir y venir de fugitivo,
ella lo absorbe hasta el último grito
y se escapa dejando el silencio bordado de alaridos.


IV
En las manos de él queda la ausencia
en su pecho el estruendo de una hecatombe,
un arsenal de soledades  
acompaña el caos de su impaciencia

V
El apenas sobrevive inquieto y agitado,
la espera oyendo un concierto de urgencias,
sus compuertas han quedado clausuradas,
no pueden ya dejar salir tanto alboroto.


VI
Uno es así cuando se tiene su edad,
él la espera como si fuera el último día de la vida,
ella se demora como una cadena perpetua.

VII
Amo cuando me adivina y me descifra,
cuando me descubre,
sin necesidad de pistas, mapas, recetarios
ni manuales de instrucciones.


VIII
Ella supo hablarle cuando se encontraba guarnecido,
hacer de sus murallas membranas vulneradas
pasó fresca como un rayo,
dejando el laberinto estremecido.


IX
Imposible hundirse en su arena movediza,
tentación de melodía seductora,
su llamado premeditado, alevoso, inapelable.
¿Qué hacer ante aquella danza convocando al arrebato?.


X
Ahora ella está con él.
Yo recuerdo mi mirada en su pupila,
su palabra en mi boca, su aliento en mi cansancio.
¿De qué sirvieron mis alertas?
Vino a dormir conmigo
y yo solo tenía ganas de soñar.


XI
Pero se fue temprano, sin saber quien la esperaba,
 con la espesura de mi néctar ahogado en sus raudales,
aquella mañana mucho de mí también se fue con ella
y nada de ella se quedó conmigo.

XII
Hoy amanecí con ganas de romper su protocolo,
de conspirar contra sus riendas, de apretarla hasta que vuele.
Hoy soy la tierra cuarteada y reseca,
a  mi puede volver para llover a cántaros
y sanar en su boca todos los besos que la hirieron.


XIII
¡Desde hace cuánto la espero!
En estos días se desparraman las nostalgias
y se hacen más largos que un año.
Cabalgan aburridos, interminables, infinitos
esperando que ella pase y nada pasa.


XIV
Y cuando ya todo parecía perdido
la dignidad levanta la mano y pide la palabra,
la escucho atento, limpio mi mirada
y descubro en unos ojos nuevos
la luz que me permite reinventar la vida
con más colores, nuevos brillos.


XV
Entonces me digo:
¿Y qué me importa a mí el amor que ya se fue?
¡Me importa el que vendrá!

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