martes, 13 de diciembre de 2011

Ahora se aman como nuevos

La desesperación es semejante. Temen exponer la belleza de una conexión iluminada al mandato del apuro. Pero despiertan con ganas de no tener cautela y cabalgar su desnudez en la erótica rebelión de los pudores, recatos y decoros.
Ella recogerá su cabellera para lucir la espiga de su cuello. El bordará un collar de besos con muchas vueltas y sabores. Al oído los temblores más sentidos. Sus brazos largos dirán cuánto se han esperado.
En el afán de alcanzar el corazón hablarán un lenguaje que se huele, un lenguaje con sabores y colores. Se escucharán de otra manera. Y cuando las palabras ya no puedan se morderán los labios para decirse con los ojos: ven ayúdame, trae tus labios, ven con tus manos llenas de dedos, ven con tu lengua y tu saliva, ven con tus dientes cuidadosos, trae tu aliento, ven boca, vengan manos que hacen falta para hacer arder esta pradera.
Se imaginan tendidos, con los ojos cerrados, y un tropel de deseos enardecidos buscando en el laberinto la puerta hacia el delirio interminable.
El está dispuesto a besarla, ya no en el ojal de su mejilla, ni en la frente, ni en los ojos. Besar su fruta jugosa porque tiene la certeza de que ella le responderá con la urgencia del tiempo que se han negado, con la urgencia con la que se besa el primer día, el último día, el único día.
Al derecho y al revés, van trepando en forma de espiral, trazando con respiros su camino. Briosos se devoran desde los pies a la cabeza, agitados se les nota cuando apenas van por los tobillos, se ofuscan al trepar hasta las rodillas y jadeantes encajan en  el valle de unos muslos suaves. Uno se abre majestuosamente para dejar rodar en gotas los gemidos; en el otro, todo el vigor se empina y presuroso atiende la súplica de su llamado: apúrate, anda, sube, sube, sube, llega, vamos, no demores más, entra ya.
Manos decididas atenazan suavemente cada oreja y al ritmo de una danza en melodía se escucha a lo lejos: mi templo es tu santuario. Van lamiendo las crestas de las  olas, embriagados del aroma marino, hundiéndose en el manantial de los sabores. Se hunden con fuerza en el fuego de la hoguera, dan vueltas y en cada giro un par de manos bien abiertas se afincan y empujan. Su fuente estalla en desespero y se desparrama a borbotones, anunciando que es hora ya de socavar deseos postergados, de sentir y hacer sentir las delicadas embestidas. Un canto de alaridos se escucha al unísono y un caudal espeso inunda la entraña de un deseo que se abraza amoroso y fatigado.
El corazón queda hecho un recital de truenos, la piel habitada de caricias. Hay humedad en los olores y el aroma está mojado. Cántaros de néctar se han mezclado. Ella y él han logrado borrar todas sus páginas y ahora se aman como nuevos.

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